80 años de la muerte de Vallejo | Vivian Murcia en El Porta(l)voz



Ya lo decía el Premio Cervantes José García Nieto: «Acercarse a César Vallejo es difícil y peligroso». Es verdad que cuando se trata de hacer un perfil del, quizás, -para mí, sin duda-, uno de los mejores poetas en lengua castellana resulta que el análisis de su poesía arroja algunas claves o pistas de las que sólo se puede abstraer una idea de ese enigma que fue como persona y de esa poética que no deja de sorprender. Vallejo, del que se cumplen 80 años de su muerte, es y seguirá siendo el referente de todo aquel que se haga llamar poeta.

También lo confesó a 'El PortalVoz' la ya difunta Claribel Alegría cuando recibió el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana: «Vallejo fue, para mí, el referente máximo, nadie como él para jugar con las palabras, para deshacerlas y hacerlas poesía».

Podemos empezar a hacer un acercamiento a la figura de César Vallejo (1892-1938) a través de su descripción registrada en el pasaporte expedido por el Consulado General del Perú en París, documento con el que Vallejo realizó, en 1929, su segundo viaje a Rusia, y que nos dará claves de su naturaleza, también, literaria:

Bajo el título «señales generales», se lee: «estatura: 1 m., 72 cm., pelo: negro; ojos: negros; nariz: grande; barba: afeitada; color: trigueño».

El trigueño no es un dato menor. César Vallejo fue un mestizo, con cara de indio, -como la mayoría de latinoamericanos-, con pelo azabache, fuerte, y labios gruesos. Un aspecto de cholo, como le decían. A Vallejo el aspecto identitario de su raza le importó y fue uno de los componentes de su poética social y su novela indigenista. Como es sabido -tratar de negarlo es como pretender tapar el sol con un dedo-, Perú sigue siendo un país donde la élite blanca domina y explota a la indígena. Vallejo nunca se sintió menoscabado en su autoestima por ser reconocido como cholo, pero sí sintió que esta característica sería una clave en su lucha social a través de la cual entendió y desarrolló su tarea literaria.

Es curioso que Vallejo compartió con quien él consideró su maestro literario, Rubén Darío, el hecho de ser mestizos y de hacer, a través de los versos, una reivindicación social. Además, -y tampoco es un dato menor- compartieron la debilidad por el alcohol como atenuante ante una realidad que les parecía, por lo menos, dolorosa.

¿De dónde nace la indiscutida y permanente admiración hacia este cholo venido de una pequeña villa serrana de Perú? Esta es la pregunta que exploramos en este artículo.


César Vallejo, el icono del posmodernismo

Es evidente que decir que con Vallejo se rompió el canon de la modernidad es equívoco. Los procesos culturales y, por ende, los literarios, son paulatinos y difusos. Vallejo tiene trabajos con elementos modernistas y, poco a poco, va cambiando hasta alcanzar lo que se denomina posmodernismo.

Para entender dicho proceso literario hay que tener en cuenta que durante la Segunda Guerra Mundial, -como ocurrió con todo lo referente a la humanidad-, la poesía también entró en crisis. Si bien, desde el punto de vista político y social, suele señalarse que la posmodernidad empezó en los años 60 del pasado siglo, en lo que respecta al arte, a la literatura y, concretamente, a la poesía, la fecha debe adelantarse hasta los años 30 cuando estallan los conflictos -como la Guerra Civil española- que son el ruido de tambores de la Segunda Guerra Mundial.

La posmodernidad en la poesía cuestiona el uso del simbolismo imperante en el modernismo.Pablo Neruda en 1935, a través de la revista 'Caballo verde para la poesía', que él había fundado en Madrid, ya lo proclamaba y apostaba «por una poesía sin pureza», que aspira a representar la realidad de manera que en ella pueda reconocerse el hombre corriente en su cotidianidad, por mísera que fuera.

El escritor Carlos Javier Morales señala que en la época posmoderna, tras la Segunda Guerra Mundial, «el poeta realiza su tarea con una conciencia más o menos latente de que la poesía no puede salvar a nadie».

Vallejo se nutrió, evidentemente, de todo este ambiente. Lo expresó con claridad en un texto de 1935, publicado póstumamente en 1939, a propósito de unos comentarios sobre la escultura de su tiempo en el que critica el intelectualismo del arte en tanto se ha apartado de la representación figurativa del mundo externo y lo ha «desrealizado» en extremo, hasta «hacerlo irreconocible para el hombre común de carne, hueso y corazón».

En 1926 en la revista 'Favorables París Poema', que César Vallejo fundó junto a Juan Larrea, nos encontramos con este pasaje:

«El artículo que sólo toca a las masas es un artículo inferior. Si sólo toca a las élites, se acusa de superior. Si toca a las masas y a las élites, se acusa de genial, insuperable.

Si Beethoven se queda en las aristocracias espirituales y permanece inaccesible a las masas, peor para él».

Vallejo entendía que la obra de arte debía trascender las diferencias de nivel cultural para hablar -o al menos apelar- a lo humano, sin exclusivismos de clase. Pero resulta fundamental que estas ideas no las concibe como recetas para el éxito sino como condición sine qua non del arte. Así lo deja ver en otro párrafo del mismo texto:

«Hacedores de imágenes, devolved la palabra a los hombres.
Hacedores de metáforas, no olvidéis que las distancias se anuncian de tres en tres.
Fraguadores de linduras, ved cómo viene el agua por sí sola,
sin necesidad de esclusas; el agua, que es agua para venir y no para hacernos lindos.
Fraguadores de colmos, os conmino a presentarnos de manos y una vez hecho esto, 
ya podéis hacer lo demás».

Para llegar a ser hacedor de palabras que son devueltas, como golpes secos, profundos, casi que mortales, a los hombres, Vallejo tuvo un camino que empezó con un traspié vocacional: quería ser médico y sus padres que fuera sacerdote. Nacido en una familia católica tuvo que llevar por segundo nombre el de un santo, como lo dictaba la iglesia en su época. Entonces era César Abraham Vallejo Mendoza. En 1910 se matriculó en Letras en la Universidad de La Libertad de Trujillo, pero a los pocos meses regresó por lo que parece insuficiencia económica de sus padres.

Las dificultades económicas tampoco le permitieron terminar el segundo intento de estudios en la Universidad Mayor de San Marcos de Lima en donde se matriculó en la Facultad de Ciencias. Retornó a Trujillo e intentó asentarse. Consiguió un empleo en una hacienda azucarera de ayudante de cajero y confeccionador de pago para la peonada. Y, entonces, tuvo lugar un acontecimiento importante en su vida: «en esa hacienda, que se llamaba Roma, descubrió la forma miserable en que el indio es explotado. Fue testigo de la injusticia y la desigualdad que toman su poesía», según lo cuenta Francisco Martínez García en su libro César Vallejo: acercamiento al hombre y al poeta. Este sería el germen de lo que fue su conciencia de la necesidad de una revolución social que se ratificó más adelante cuando abrazó al marxismo.

Mientras trabajaba no dejaba de escribir y decidió, de nuevo, estudiar. Entonces empezó Letras en la Universidad de Trujillo donde, finalmente, se graduó. Al mismo tiempo, logró una plaza como profesor.

Tres hechos marcaron decididamente su vida personal y, por ende, su trabajo poético: la muerte de su madre en 1918, la detención que padeció en Perú que lo hizo permanecer en la cárcel durante 112 días y su viaje a Europa en 1923 del que no regresó nunca. Está enterrado en París, la ciudad en la que vivió con lapsos entre Madrid y Rusia.

La cárcel le marcó. Fue apresado por una orden contra quienes, al parecer, habían alterado el orden público. Vallejo estuvo prófugo, pero, finalmente, fue encarcelado. La experiencia de la cárcel es sólo comparable en la vida y obra de Vallejo a la pérdida de la madre. En una carta de 1921 dirigida a un amigo suyo y que recoge el libro de Martínez García escribe:

«En mi celda leo de cuando en cuando; muy de breve en breve cavilo y me muerdo los codos de rabia, no precisamente por aquello del honor, sino por la privación material, completamente material, de mi libertad. Es cosa fea ésta. También escribo de vez en vez, y si viene a mi alma algún aliento dulce, es la luz del recuerdo... ¡oh el recuerdo en la prisión! Cómo él llega y cae en el corazón, y aceita con melancolía esta máquina ya tan descompuesta».

La pesadilla carcelaria terminó el 26 de febrero de 1921. Y aunque estaba melancólico, por la fechas, se supo que Vallejo no dejó de trabajar en lo que sería su segundo poemario titulado Trilce, un libro que apareció en 1922.


El hombre y su obra poética

La poesía vallejiana tiene un alto componente personal, no ya tanto por su originalidad como porque es el reflejo de las incomodidades que el hombre Vallejo tiene con el mundo y la humanidad de su tiempo. Para un mejor análisis será pertinente establecer el orden de las apariciones de sus títulos: (i) Los heraldos negros; (ii) Trilce; (iii) Poemas en prosa que va anexionado a Poemas humanos; (iv) España, aparta de mí este cáliz.


Los heraldos negros, el abandono de dios

Aunque en la portada de la edición original figura la fecha de 1918, el libro salió de la imprenta en Lima en julio de 1919 y fue entonces cuando empezó a distribuirse.

En este libro Vallejo es radical. Nos presenta un dramatismo inconsolable, el sinsentido más puro de la existencia humana. Hay un componente referencial: el abandono del dios cristiano que es, para Vallejo, una especie de abandono paternal, que se ve plasmado en, quizás su más famoso poema -probablemente uno de los mejores-, que aunque abre el libro fue uno de los últimos en escribirse:

«Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... ¡Yo no sé!

Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

Y el hombre... Pobre... ¡pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada». (1918)





Trilce, la tristeza dulce

Este poemario fue publicado en Lima en 1922 y son poemas escritos entre 1919 y 1922. Sobre el título de este libro se han dado numerosas explicaciones, empezando por las que en distintos momentos ofreciera el propio Vallejo, quien había manifestado que el título sería Cráneos de bronce y lo había mantenido hasta muy avanzada la edición.

Pero, como lo señala el escritor Carlos Javier Morales en su libro César Vallejo y la poesía posmoderna, «no resulta descabellada la hipótesis de que Trilce sea un acrónimo de triste y dulce». El libro ahonda en el drama existencial en el que la liberación de la ideología cristiana, que ya venía planteando Vallejo, era el eje. Así lo confiesa el propio autor en una carta dirigida a su amigo y filósofo peruano, Antenor Orrego, en octubre de 1922:

«El libro ha nacido en el mayor vacío. Soy responsable de él. Asumo toda la responsabilidad de su estética. Hoy, y más que nunca quizás, siento gravitar sobre mí una hasta ahora desconocida obligación sacratísima de hombre y de artista: ¡la de ser libre! (...)».

Trilce es, además, reconocido por Vallejo como el libro en el que desarrolló la libertad máxima del verso. De hecho, hay, en este libro, varios poemas que empiezan con una estructura clásica, tanto en la lógica como en la gramática y que, luego, se desembocan en un rompimiento de la sintaxis y la coherencia, lo que se denomina como verbolibrismo. De esta manera, Vallejo socavó los cimientos de la modernidad poética.

Un ejemplo es el poema II escrito en la cárcel de Trujillo que tematiza el tiempo:


«Tiempo Tiempo
Mediodía estancado entre relentes.
Bomba aburrida del cuartel achica
tiempo tiempo tiempo tiempo
Era Era».


Poemas en prosa y los Poemas humanos, el llamado a la solidaridad

Poemas en prosa pertenece a la obra póstuma de Vallejo. Contiene poemas escritos entre 1923 y 1929. La selección los hizo la viuda del poeta, la francesa Georgette Vallejo, a quien conoció Vallejo en París.

El tema recurrente en esta serie es el tiempo como agente de la muerte.

Escritos mayoritariamente entre 1931 y 1937, los Poemas humanos hacen una llamada a la acción solidaria que es uno de los rasgos más destacables de la poesía de Vallejo.

Tras vivir, en estos años, uno de los acontecimientos históricos que más le cambiaron: el estallido de la Guerra Civil española, su apoyo a los republicanos fue total y, por lo tanto, asistió con dolor a la guerra que perdió el bando republicano.

Es importante señalar que la solidaridad es la base de la poéticade Vallejo. Resulta un cliché catalogar al poeta peruano como un escritor invadido por la tristeza, melancólico, huraño y abatido. De otro lado, tampoco resulta certero asegurar que el hecho de que se haya hecho marxista haya marcado su poesía. Vallejo era muy claro en delimitar la postura ideológica de la función poética aunque concibe que toda acción humana es política:

«El artista es, inevitablemente, un sujeto político. Su neutralidad, su carencia de sensibilidad política, probaría chatura espiritual, mediocridad humana, inferioridad estética. Pero ¿en qué esfera deberá actuar políticamente el artista? (...) El artista debe, antes que gritar por las calles, o hacerse encarcelar, crear, dentro de un heroísmo tácito y silencioso».

El artista, para Vallejo, es aquel que milita con el arte y no con la política. De ahí que el marxismo sea entendido para Vallejo como una acción solidaria más que como una serie de normas coercitivas que hagan del Estado el nuevo dios. La cuestión vallejiana es el conocimiento y la ayuda (solidaridad) de los hombres. Como se puede leer en El arte y la revolución, Vallejo entendió, por ejemplo, a escritores como Dostoievski y Tolstoi, o los músicos Bach y Beethoven, como artistas verdaderamente socialistas, en tanto «llegaron, en efecto, a tocar lo que hay de más hondo y común en todos los hombres» y, sin embargo, no reconocía como socialista la poesía de un revolucionario como Maiakovski, en la medida en que «responde a un arte basado en fórmulas y no en la sinceridad afectiva y personal».

La revolución en Vallejo es, entonces, una acción solidaria. En Los nueve monstruos leemos el llamado solidario:

«Desgraciadamente,
el dolor crece en el mundo a cada rato,
crece a treinta minutos por segundo, paso a paso,
y la naturaleza del dolor, es el dolor dos veces
y la condición del martirio, carnívora, voraz,
es el dolor dos veces
y la función de la yerba purísima, el dolor
dos veces
y el bien de ser, dolernos doblemente».

España, aparta de mí este cáliz: sobre los desastres de la guerra española

Este es un título compuesto por poemas que Vallejo reunió en vida entre 1936 y 1937, inspirados en los desastres de la guerra que asoló a España y que se sumó a títulos de otros poetas latinoamericanos como España en el corazón, de Pablo Neruda o España, poema en cuatro angustias y una esperanza de Nicolás Guillén.

La visión vallejiana del hombre y del mundo no es muy distinta a la de Poemas humanos, sin embargo, si antes había una llamada esperanzadora a la acción solidaria, ahora, se trata de afrontar la guerra como un hecho que transforma a la humanidad, cambia la conciencia del devenir humano produciendo la llegada de un nuevo hombre:

«¡Unos zapatos irán bien al que asciende
sin vías a su cuerpo
y al que baja hasta la forma de su alma!
¡Entrelazándose hablarán los mudos, los tullidos andarán!
¡Verán, ya de regreso, los ciegos
y palpitando escucharán los sordos!
¡Sabrán los ignorantes, ignorarán los sabios!
¡Serán dados los besos que no pudiste dar!
¡Sólo la muerte morirá! ¡La hormiga
traerá pedacitos de pan al elefante encadenado
a su brutal delicadeza; volverán
los niños abortados a nacer perfectos, espaciales
y trabajarán todos los hombres,
engendrarán todos los hombres,
comprenderán todos los hombres!».

La visión esperanzadora de un hombre nuevo puede leerse en clave marxista. Es evidente. Vallejo nunca negó su vínculo marxista, pero, para él, había un socialismo más pragmático que dogmático, en el que el camino que conduciría a la utopía socialista era el porvenir que se gestaba con la lucha, sí, pero una lucha poética y, sobre todo, una lucha que no se disputa entre clases sino que es una lucha contra un monstruo invisible pero más potente que cualquiera: el mal humano.

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Artículo publicado originalmente en El Porta(l)voz.
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